Una mujer recibe sonriente al amigo del viajero; le abraza y le contempla tomándole las manos, parloteando alegremente en francés. Viste un sencillo caftán color tierra. Pregunta por el vuelo, por la familia y se presenta al viajero.
—¿Es tu primer viaje a Marrakech?
—Sí.
—Bienvenido.
Toman sus bolsas y la siguen. Camina con decisión, sin dejar de hablar. De cuando en cuando, se interrumpe para saludar a los conocidos con quienes se cruza. Atraviesan una de las puertas de acceso a la vieja medina. Hay un puesto de pescado nada más entrar, una diminuta estancia rectangular cuyo mostrador da directamente a la calle, como en casi todos los otros comercios. La mitad trasera de una especie de escualo, enorme y sanguinolenta, pende de un gancho sobre la cabeza del pescadero.
—Os esperan en casa —dice la mujer—. Yo aún tengo que hacer algunas compras.
—¿Quieres ir con ella? —dice el amigo del viajero. Sabe que le encantan los mercados.
La mujer le anima a seguirla, camina por el estrecho pasillo que los puestos, a ambos lados de la calle, dejan en el centro. El viajero trata de no perderla de vista mientras lanza curiosas miradas al paisaje en miniatura, fantástico, que dibujan las montañas de especias, rojas, anaranjadas, grises, verdes; a las gavillas de cilantro, perejil y hierbabuena que hay junto a los muros, sobre el suelo; a los tenderos que decapitan pollos y los despluman con alegre destreza. El olor desagradable de las aves se mezcla con el de las especias y el de los burros que se cruzan con ellos. Bicicletas, carros, burros, motos y viandantes se desplazan caóticamente en ambos sentidos. El viajero piensa que hace unas pocas horas estaba desayunando en Madrid. Apenas una cabezada en el avión y ha cambiado de universo.
Por fin, la mujer se detiene y saluda a un verdulero grandote y calvo. Se inclina y toma de los montones que hay en el suelo, sobre una lona de arpillera, algunas zanahorias, berenjenas y calabacines. Unos metros más adelante, encima de un grueso tajo de madera, blanquecino de grasa y cubierto de moscas, el carnicero les corta con su hacha un buen trozo de cordero. La mujer sonríe al viajero, dice que eso era todo y le conduce hasta su casa.
Es una casa de muros rojizos sin ventanas, como todas las de la medina. Pasan al patio, se descalzan y ella le lleva ante las demás mujeres, que saludan y se miran sonrientes, cuchicheando, llevándose las manos al cabello como sorprendidas de que el viajero lo lleve largo. Después le conduce a la sala donde están los hombres y un pequeño televisor al que nadie hace caso. El amigo del viajero, sentado con los demás en un banco corrido adosado a la pared y cubierto de cojines, le presenta y le anima a acomodarse. Todos preguntan si es su primer viaje a Marrakech, le dan la bienvenida y le ofrecen un vasito alargado de té con hierbabuena, muy caliente y muy dulce, que le encanta. Todos hablan atropellándose en árabe y en francés, sorben el té, fuman.
Al rato, las visitas comienzan a retirarse hasta dejar solos al viajero, su amigo y el señor de la casa, un hombre entrado en años, afable y augusto, con un fez en la cabeza, blanco bigote bien arreglado. Se llama Hassan. Su esposa Wasima, ancha y sonrosada, parece anunciar que la comida está lista. Salen al patio y se sientan en torno a una mesa baja sobre la que hay tortas de pan, platillos de tomate picado y vasos de zumo de melón. Hassan, sus tres hijas, la sobrina —con quien el viajero ha hecho la compra—, una vecina con el entrecejo tatuado, el viajero y su amigo. La señora sale entonces de la cocina y pone sobre la mesa una gran fuente de cuscús, montaña de sémola rodeada de tacos de verdura y carne. Mira con sonrisa cariñosa al viajero y a su amigo y les invita a comer.
El padre toma un puñado de sémola con los dedos, espachurra un pedazo de zanahoria, lo mezcla todo, le da forma de pelota haciéndolo saltar sobre la palma de la mano y come. Los demás usan cucharas, pero Hassan anima al viajero a imitarle. Este lo intenta, pero todo se le desparrama. El hombre ríe y le da instrucciones en francés. El viajero vuelve a intentarlo y consigue llevarse a la boca una porción decentemente esférica. Toma después un trozo de guindilla muy picante, bebe del zumo delicioso, lleva un trozo de pan a la ensalada de tomate, que sabe a cilantro y comino. Hassan arroja los mejores trozos de carne a la zona de la fuente que corresponde al viajero y a su amigo.
Tras la comida, las mujeres recogen, los visitantes tratan de ayudarlas y el padre lo impide. Los tres se recuestan, vuelve el té. Hassan toma la tetera y sirve un vaso desde muy alto, hábilmente, sin derramar una gota. Levanta la tapa de la tetera, devuelve el líquido a su interior, vuelve a servir, vuelve a verter el vaso en la tetera.
—Es para que se enfríe un poco y se disuelva bien el azúcar —dice el amigo del viajero.
Por fin, les ofrece los vasos y los tres beben en silencio. El patio es amplio, espacioso, cubierto allá arriba por una lona traslúcida. Hay un lavabo entre las puertas que dan a la cocina y al zaguán, con un espejo redondo encima, marco de plástico azul. El viajero saca un cuaderno donde ha apuntado el alfabeto árabe, la pronunciación aproximada de cada letra y algunas frases de uso común.
—¿Por qué hay cuatro columnas de letras? —pregunta su amigo.
—Porque cambian en función de la posición: si van al principio de la palabra, al final, en medio o aisladas, se escriben de manera distinta.
El amigo del viajero se echa a reír y toma la tetera.
—¿Otra meadita de camello? —dice, y vierte el líquido, que cae sonoro, levantando espuma, desde lo alto. Sus repetidos viajes a Marruecos le han dado cierta destreza.
Al rato, todos van a dormir la siesta. Menos Hassan, que ha reparado en el cuaderno del viajero y se queda con él enseñándole pacientemente a pronunciar.
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Me encantó, es transportarse a un lugar maravilloso, gracias.
Me alegro. ¡Gracias!
Muy interesante
Planeo viajar a Marruecos y me resulta muy instructivo
Muchas gracias
No hay por qué darlas. Espero que el resto de los relatos sobre Marruecos también te resulte útil.
es justamente la técnica de escribir que he estado buscando, le agradecería tomarme en cuanta en sus próximas publicaciones
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