El viajero y su amigo contemplan en silencio el gran templo de Abu Simbel: el encaje preciso en la roca, las cuatro estatuas colosales del faraón, la expresión confiada de los rostros, los labios gruesos, los ojos grandes, color de desierto…
—El templo de Abu Simbel —dice el guía— se construyó hace unos 3300 años como muestra del poderío egipcio para los vecinos del sur. Todo el que entrase en Egipto por aquí vería la gloria del faraón Ramsés II.
La imagen viva, las proporciones exactas, la presencia efectiva e imponente, el calor y la sequedad y los olores que trae la brisa se imponen a las imágenes vistas un millón de veces en el papel o en la pantalla. El viajero se acerca y pone una mano sobre la roca caliente.
—Como tantos otros monumentos —sigue el guía—, permaneció olvidado durante siglos, hasta que Burckhardt lo redescubrió en 1813. Después lo comentaría con otro explorador, el italiano Giovanni Belzoni, que lo visitó por primera vez unos años más tarde y trató de acceder al templo, casi completamente enterrado, sin conseguirlo. Volvió en 1817 y esta vez logró entrar, llevándose todos los objetos de valor.
Los demás visitantes hablan demasiado, se encargan fotografías unos a otros, posan en extrañas actitudes para que la perspectiva haga parecer que sostienen el templo con sus manos o que meten el dedo en la nariz del faraón, o imitan su postura hierática.
—Cuando en la década de los sesenta se construyó la actual presa de Asuán, las aguas del embalse subieron tanto que iban a tragarse los monumentos, así que la UNESCO patrocinó una campaña internacional para reubicarlos. Todo el templo de Abu Simbel se cortó en pedazos que fueron ensamblados más arriba, donde estamos ahora. El Gobierno regaló a los países colaboradores, como España, algunos templos menores. Por eso está en Madrid el de Debod.
El viajero y su amigo se acercan a la entrada. Caminan despacio, con la mirada en los rostros de las dos estatuas que flanquean el acceso, y estas se van haciendo más grandes y más cercanas y más imponentes hasta que las tienen justo encima y, un segundo más tarde, desaparecen. El interior, fresco y en penumbra, muestra relieves policromados en excelente estado de conservación. Aparece Ramsés II a punto de ejecutar con su maza a un grupo de enemigos arracimados, más pequeños que él, en actitud suplicante y caótica. El viajero recuerda las explicaciones de su profesor de Egiptología: Egipto es el orden; los otros pueblos, el caos.
—Aquí adoraban a Ramsés… —dice el amigo del viajero.
Cerca está el templo menor dedicado a su esposa favorita, Nefertari, con dos estatuas de ella y cuatro de él en la fachada, todas, sorprendentemente, del mismo tamaño. Está dedicado a Hator, diosa del amor. El guía entra a buscarles.
—Chicos, va a empezar el espectáculo.
—Turistadas —susurra el amigo del viajero.
Se sientan en sillas de plástico ubicadas frente al gran templo de Abu Simbel. El viajero saca de su mochila unos papeles para entretener la espera.
—¿Qué lees? —pregunta unos minutos más tarde una chica sentada junto a él, con la que ha cambiado algunas palabras durante el viaje.
—Son poemas egipcios de amor. De la época de Ramsés II, precisamente. Los estoy estudiando para mi tesis.
—¿En serio?
—Sí.
—¿Están en español?
—Sí. He hecho mis propias traducciones.
—¿Me dejas uno?
El viajero le tiende un folio y ella lee:
Única es mi amada, sin igual,
más hermosa que ninguna otra mujer.
Cuello esbelto, blanco pecho,
pelo puro lapislázuli;
brazos más bellos que el oro,
dedos como brotes de loto;
nalgas llenas, cintura estrecha,
muslos que pasean tales bellezas;
con paso delicado pisa el suelo,
y al caminar me roba el corazón.
—Es muy bonito —dice.
—Lo es. Una pena que casi nadie lo conozca. Y los otros son preciosos también.
Sobre la fachada del templo comienzan a proyectarse luces que encajan con las formas tratando de devolverles su antiguo esplendor. Suena una música de estilo árabe y, segundos después, una voz que recita:
Mi amada es única, sin par,
más hermosa que cualquier otra mujer…
La chica sentada junto al viajero le mira con los ojos como platos.
—¡Anda! —dice el viajero—. ¡Qué casualidad!
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Si te ha gustado este viaje al templo de Abu Simbel, te gustarán:
Muy interesante relato y muy bello poema traducido. ¿De qué lengua lo traduces?
–Según la National Geographic, cuando el italiano Giovanni Belzoni entró al templo casi no había objetos de valor. Ver: http://www.nationalgeographic.com.es/historia/grandes-reportajes/giovanni-belzoni-en-abu-simbel_8062/1
Los poemas egipcios los he traducido del inglés, alemán y francés, básicamente. En cuanto a los objetos, ¡eso dijo el guía! ¡Gracias!
Por cierto que ese poema lo tienes, junto con otras poesías egipcias de amor, en la sección «Erótica» de esta misma web. Comentados y con bibliografía, por si te interesa.