Este es el poema número 136 del Akananuru, una antigua antología tamil de 400 poemas amatorios, compuesta entre los siglos I y II d. C.
Sirvieron con abundancia platos hervidos
y arroz blanco sin tasa, empapados de ghee,
a los nobles invitados, y con auspicios favorables,
brillando la luna en conjunción con el Carro
sobre un cielo resplandeciente de luz suave,
decorado el lugar de las nupcias y honrados los dioses,
retumbando timbales y tambores de boda,
las mujeres que la habían
bañado para el enlace,
mirando fijamente con sus ojos como flores,
se escondieron presurosas.
Sus parientes le pusieron un hilo blanco
ensartado con hojas divididas
de suaves dorsos del árbol de Siris,
y con hierbas araku, con raíces y brotes
frescos y fragantes, de pétalos oscuros
como limpio zafiro,
que florecen con los cielos estruendosos
de las primeras lluvias en los valles,
donde los comen jóvenes terneros.
La pusieron ante mí con ropas nuevas,
y allí, en el pabellón de la boda,
ruidoso como el caer de la lluvia,
despertó mi deseo.
Aquella noche primera,
cuando enjugaron su sudor,
y me la entregaron, bellamente engalanada,
pudorosa sin aspereza, aliento ya de mi vida,
vestida con un manto nuevo, inmaculado,
le dije: «Hace calor, y el sudor perla
la media luna de tu frente;
descíñete un poco el manto
para que te refresque la brisa».
Y diciéndolo retiré la túnica,
mi corazón apresurado, deseoso,
y brilló su cuerpo desnudo
como una espada desenvainada.
Inclinó la cabeza, avergonada,
suplicó y, sin saber cómo esconderse,
deshizo la guirnalda de nenúfares,
y se cubrió con la tiniebla
de su abundante cabello negro
salpicado de flores que aún seducían a las abejas.
En este poema del Akananuru, un hombre recuerda el día de su boda. Pero cualquier lector habituado a los códigos de la antigua poesía tamil sabe que esto no es todo. Los textos dicen siempre más de lo que dicen. Quienes seguís mis publicaciones sabéis que esta lírica se divide en cinco géneros, cada uno dedicado a un «estado» de la relación amorosa. La pieza que acabamos de leer pertenece al género marutam, que se ocupa de la infidelidad y las discusiones. Por tanto, podemos suponer que el protagonista de nuestro poema ha tenido una disputa con su esposa, tal vez por causa de una infidelidad, y esto le lleva a evocar melancólicamente su boda.
La primera estrofa nos sitúa: comida en abundancia —el ghee es una especie de mantequilla—, los auspicios son favorables, el lugar está decorado, se ha honrado a los dioses, suena la música y unas mujeres «de ojos como flores» bañan a la novia. Esto último es interesante, porque los ritos balnearios prematrimoniales aparecen en otras culturas: se mencionan en la poesía mesopotámica, en la china y en la griega. El asunto tiene que ver, obviamente, con la higiene y la belleza, pero también, tal vez, con la fecundidad: la mujer se compara frecuentemente con la tierra en la literatura antigua, porque ambas dan fruto; arar es metáfora de copular, el surco es metáfora del sexo femenino; la palabra «semen» significa, como sabemos, «semilla». Y si la tierra fructifica gracias al agua, tal vez el baño ritual de la mujer antes del matrimonio tenga que ver con el deseo de que este sea fecundo.
A continuación, los parientes de la novia la engalanan con adornos florales y la llevan ante el esposo. Este, arrebatado de deseo, pone el calor como excusa para desnudarla y ella, avergonzada, deshace su peinado para taparse con su cabello. Creo que el poema pretende establecer un contraste con la situación actual, que, como sabemos por el género al que pertenece, es de enfrentamiento. La armonía de aquella primera noche, la inocencia de la esposa han dado paso a la hostilidad y el rencor. Así, una pieza aparentemente dedicada a la evocación de un momento hermoso se tiñe de melancolía.
Quizá os hayan sorprendido la longitud y la complejidad de las oraciones, en las que resulta fácil perderse. Pero esto es muy habitual en la antigua poesía tamil; las frases son extensísimas y están llenas de subordinadas, unas dentro de otras, como muñecas rusas. En la traducción de Ramanujan, de hecho, todo el poema es una sola frase. Yo he preferido dividirlo en varias oraciones para facilitar la comprensión. En cualquier caso, os podéis imaginar lo difícil que resulta traducir estos textos, especialmente los del Akananuru, más largos que los de otras antologías.
No quisiera dejar de destacar dos imágenes que me parecen bellísimas: la frente de la novia metaforizada en media luna y su cuerpo desnudo «como una espada desenvainada«. Perlas de la antigua poesía tamil. De la que seguiremos ocupándonos; hasta la fecha he traducido y comentado un poema del Ainkurunuru, otro del Kuruntokai, otro del Narrinai y el que acabamos de leer, del Akananuru. Pero aún queda una quinta antología dedicada a la poesía amatoria, de la que tomaré algún ejemplo para ofrecéroslo muy pronto. Si queréis que os avise (gratis, naturalmente) cuando lo haga, dejad vuestra dirección de correo electrónico en este enlace, donde dice «Forma parte de esto».
Si te ha gustado este poema del Akananuru, te gustarán:
LIBROS: LOS POEMAS DE AMOR MÁS ANTIGUOS DEL MUNDO
VIAJES: EN LAS ENTRAÑAS DE LA PIRÁMIDE
BIBLIOGRAFÍA
Podéis leer otros poemas de amor arcaicos en mi libro Los poemas de amor más antiguos del mundo. Son interesantes, además, las siguientes obras:
HIKOSAKA, S. y SAMUEL G. J. (eds.), Tamil Poetry through the Ages (vol. 1), Chennai, Institue of Assian Studies, 1997.
MARR, J. R., The Eight Anthologies: A Study in Early Tamil Literature, Tiruvanmiyur, Madras, Institute of Asian Studies, 1985.
RAMANUJAN, A. K., Poems of Love and War, Nueva York, Columbia University Press, 2011.
VAIDEHI, Sangam Poems Translated by Videhi [en línea].
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