«Abunah ti bishmo».
Entran por un desfiladero angosto que recuerda al Siq de Petra. Lo atraviesa, a unos tres metros de altura, un cable, de farolillo en farolillo. Al viajero le gustaría recorrerlo de noche, bajo esas luces, rodeado por sombras caprichosas. Paralela al cable, en la roca, discurre la tubería que llevaba (o lleva, porque el guía no es claro) el agua hasta Malula. Caminan despacio, protegidos del sol por las altas paredes.
«Yichkattash eshmaj».
—Tiene menos de tres mil habitantes —dice el guía—. Son casi todos cristianos, de la Iglesia greco-católica melquita. Y es el único sitio del mundo donde se sigue hablando en arameo, la lengua de Cristo. Al estar tan aislado, entre las montañas del Antilíbano (estamos a mil quinientos metros de altura), se ha conservado el idioma. Dicen que el desfiladero se abrió en la roca para que Santa Tecla pudiera escapar de los paganos que la perseguían. Fue discípula de San Pablo. Luego veremos su convento.
«Ytele molkaj».
Salen del desfiladero. Las casas se aprietan sobre la roca viva del monte, reseco, escarpado. Callejuelas estrechas, escaleras talladas en la piedra. Y, coronando algunos edificios, unas extrañas cruces de cuatro brazos horizontales en ángulos rectos, blancas y azules, como queriendo señalar los cuatro puntos cardinales.
«Yitkan ti chba’aele».
Una anciana tiende algo al viajero.
—Es un amuleto —dice el guía—. Para proteger a las mujeres embarazadas.
El viajero conoce a una mujer embarazada, así que toma el amuleto —una sencilla pulsera de algo parecido al lino— y da una limosna a la anciana, que parece agradecérselo en su extraña lengua.
«Ujmil bishmo jett a’a lara’a».
El convento de Santa Tecla es un edificio de aspecto moderno, poco agraciado, con algunas partes literalmente encajadas en los abrigos de la montaña.
—Aquí viven algunas monjas —dice el guía.
El interior, de estilo bizantino, es abigarrado, vistoso: lámparas metálicas colgantes del techo, velas, iconos. Una religiosa vestida de negro les explica con pausa y amabilidad, en decente español.
«Lehmah Mllawhra appleh imod».
Al salir del convento, el viajero busca dónde comprar algo para beber. Entra a una tienda diminuta, pide. Le atiende una joven que deja su libro sobre el mostrador. El viajero lee el título: Breaking the Da Vinci Code.
—¿Es interesante? —pregunta el viajero en inglés.
—Mucho —responde ella—. Demasiadas mentiras.
Lleva una sencilla cruz de plata al cuello. Sonríe.
—¿Tú también hablas arameo?
—Claro —dice la muchacha—. Todos lo hablamos.
—Pero… ¿habitualmente? ¿O lo conocéis pero os comunicáis en árabe?
—Hablamos siempre en arameo. La gente me pide el pan en arameo.
El viajero paga y se despide. Sale, busca al guía.
«Juferleh htiyotah».
—¡Es increíble! —dice—. ¡Hablan habitualmente en arameo!
—¡Claro! —contesta el guía, riendo—. Está vivo aquí. ¿Has visto La Pasión de Cristo?
—Sí —dice el viajero.
—De aquí eran los expertos que colaboraron en la película.
«Ujmil anah ngofrin l ti ajit a’aimmaynah».
Se dirigen al monasterio de San Sergio. El guía explica que es uno de los lugares de culto más antiguos del cristianismo. Sobrio y adusto, guarda una impresionante colección de iconos.
Dentro, se sientan frente a un sencillísimo altar de piedra.
—Vais a oír el padrenuestro en arameo —dice el guía.
«La cha’aprennah bichigrebcha».
Una muchacha se coloca, en pie, frente al altar, de cara a ellos. Viste discretamente a la manera occidental. Sus rasgos son suaves y carnosos, amables. Sonríe, inclina la cabeza, se santigua y comienza a rezar.
«Bess hasslannah mshirrira».
Lo hace en voz queda, marcando el ritmo, pronunciando con imposible suavidad los fonemas ásperos y ahogados de su idioma, que al viajero, romanticón empedernido, le hacen pensar en las rocas del desierto, en terribles noches de luna llena.
«Amin».
La joven se retira. Silencio.
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Muy interesante, graciad por su publicación
Gracias a ti por el interés.
La historia de Cristo está todavía incompleta y fue muy manipulada por los mismos integrantes de esa congregación.
¿A qué congregación te refieres?
Gracias por el relato. Con permiso lo quiero compartir.
¡Adelante, por supuesto!
Me pareció muy interesante, deseaba estar en el lugsr
Eso me alegra.
Muy hermoso. Gracias
No hay de qué.
Que lindo y que placer es leer tus relatos. Son como un mágico carruaje de letras que me llevan a experimentar vivencias tan reales como si yo misma estuviese allí. Un placer viajar contigo!!
Muchas gracias, Alicia. ¡Seguiremos viajando!
Gracias por compartir y hacernos conocer a través de sus ojos, por favor me puede enviar el siguiente relato a mi correo.
Será un placer, Rosi; deja tu dirección de correo electrónico más abajo, donde pone «boletín», y recibirás todo lo que aquí se publique. ¡Gracias!
Hermoso relato,gracias por compartir tus maravillosas experiencias.
¡De nada!
… Hermoso relato, impregnado de antiguedad y magia…. Gracias por tu lindo aporte…
¡Muchas gracias a ti!
Te sobran algunas comas.
Te agradecería mucho que me dijeras dónde para mejorar el texto.