Hace unas semanas publiqué la primera parte de este recorrido por los grandes clásicos de la literatura latina. Si te lo perdiste, léelo pinchando aquí. Continuamos hoy con esta última entrega, donde hablaremos de los grandes entre los grandes; ningún lector que se precie debería perdérselos.
Virgilio es autor de las Bucólicas, un conjunto de diez églogas o poemas pastoriles; de las Geórgicas, sobre la vida en el campo (que personalmente me pareció deliciosa) y de la Eneida, sin lugar a dudas una de las grandes obras de la literatura universal. Universal, sí, y no solo latina; la Eneida es, sin más, un prodigio. La perfección de sus versos, el latín exquisito, su ritmo, su delicadeza, su grandiosidad… Contiene algunas de las metáforas más hermosas jamás concebidas; el mar, por ejemplo, es «lento mármol».
La Eneida es una epopeya propagandística compuesta por encargo del emperador Augusto (¿así que se puede escribir una obra maestra partiendo del encargo y la propaganda?); narra la historia de Eneas, que escapa de la destrucción de Troya para acabar dando origen a la estirpe romana. Virgilio conecta así Roma con el antiguo mundo griego, el imperio con el mito, su propia obra con la de Homero. En el año 19 a. C., Virgilio emprendió un viaje para conocer de primera mano algunos de los lugares en que se desarrollaba su obra. Pero murió durante el periplo, y, en su lecho de muerte, pidió que se quemara la Eneida, pues no estaba terminada. Afortunadamente para nosotros, el emperador prohibió que se cumpliera su deseo.
Horacio es autor de algunos de los grandes clásicos de la literatura latina: las Sátiras, los Epodos (el comienzo de uno de los cuales, «Beatus ille», «Feliz aquel», dará nombre a un recurrente tópico literario) y las Odas, obra cumbre de la lírica latina. Habla en ellas del amor y de la amistad; anima a disfrutar el presente (carpe diem), alaba al emperador, filosofa…:
Dulce y bello es morir por la patria.
A quien más renuncie, más darán los dioses.
Mas la divinidad prudente cubre
el futuro de niebla y ríe si alguien
se angustia más, un mortal siendo,
de lo debido.
[Traducción de Manuel Fernández-Galiano]
Por otro lado, su Poética (Epístola a los Pisones), es una de las más influyentes de la historia.
Ovidio, por su temática (presta especial atención al amor y a la mitología), por su agilidad, su penetración psicológica y su tono frecuentemente bromista es otro de mis favoritos. Hay que leer su obra amatoria completa (Amores, Arte de amar, Remedios de amor); me parece, sobre todo, divertidísima. Mientras la leía, a veces era incapaz de decidir si Ovidio hablaba en broma o en serio; seguramente bromeara con toda seriedad, que es algo muy de agradecer:
Una belleza descuidada es la que al varón conviene. […] que no te crezca ni un pelo en los agujeros de tu nariz; que no sea siniestro el aliento de tu boca malamente perfumada, ni ofendan a las narices el esposo y padre de la grey. Lo demás déjalo que lo hagan las chicas alegres y algún otro, varón apenas, que a varón persigue.
Obligaciones no cumpla ninguna amante conmigo. A mí me agrada oír palabras delatoras de su goce suplicándome que me espere y aguante. Contemplaré los ojos desmayados de mi dueña enajenada: desfallezca e impida por más rato que la toque.
En el entierro a veces del marido, marido se busca.
[El arte de amar, Traducción de Francisco Socas]
En cuanto a Las metamorfosis, es una extensa obra en que se narran 250 historias mitológicas, desde la creación del mundo hasta la deificación de Julio César. Si la mitología es siempre fascinante, la manera en que Ovidio la presenta le otorga un brillo único. Recuerdo su descripción de la envidia y aquel precioso modo de referirse al ocaso:
En su rostro se asienta la palidez, en todo su cuerpo la demacración, nunca mira de frente, sus dientes están lívidos de moho, su pecho verde de hiel, su lengua empapada de veneno; no hay en ella risa, salvo la que produce el espectáculo de la desdicha, y no goza del sueño, despierta siempre por desvelados afanes; ve la felicidad de los hombres, que le molesta, y se consume de verla; hace daño y se hace daño a la vez, y es ella su propio suplicio.
El Sol resplandeciente había ocultado en el Océano su cabeza radiante, y la Noche tenebrosa había sacado su cabeza de estrellas.
[Traducción de Antonio Ruiz de Elvira]
Leamos esto último en latín: «Candidus Oceano nitidum caput abdiderat Sol, / et caput extulerat densissima sidereum Nox». ¿Qué tal suena? Y no podemos dejar de aludir a las Heroidas, un conjunto de cartas puestas en boca de personajes femeninos, la mayoría mitológicos, dirigidas a sus amados. Pasma la capacidad de Ovidio para ponerse en la piel de mujeres dolientes que lamentan la frustración de su amor, su fina sensibilidad, su exquisita elegancia.
Lucano (39-65 d. C.) es autor de Farsalia, un poema épico sobre la guerra entre Pompeyo y César. A diferencia de sus predecesores, Lucano se propuso excluir a los dioses de la contienda; comparecen aquí los hombres y solo los hombres. Adopta, por tanto, una postura racionalista e historicista: cuenta lo que ocurrió, en orden cronológico y sin concesiones al mito. Pero si alguien sospecha que pueda tratarse de un libro frío sin más interés que el historiográfico… Solamente dos pasajes:
Al mundo le está reservada una pira común, que mezclará huesos y astros.
«Vergüenza me da no poder morir, muerto tú, de dolor solamente». […] Estrechamente abrazada a su dolor cruel, disfruta con las lágrimas y se enamora del llanto en sustitución de su esposo.
[Traducción de Antonio Holgado Redondo]
Y llegamos a otro de mis favoritos: Marcial. Nació en Bílbilis, actual Calatayud, España, el año 40 d. C. Pocos autores, de cualquier tiempo y lugar, me han divertido e interesado tanto. Compuso unos 1500 epigramas, breves poemas de carácter cómico o satírico. Chistes, podríamos decir; cientos de chistes del primer siglo d. C. Si esta sola idea no es suficiente para que el lector corra a comprarse un libro de Marcial, ahí van algunos:
¿Por qué, cuando te aprestas a recitar, rodeas tu cuello con una bufanda?
Mejor le vendría ella a nuestros oídos.
¿Por qué no quiero tomar por esposa a una rica,
me preguntáis? Es que no quiero ser la esposa de mi mujer.
La señora, Prisco, debe ser inferior a su marido:
es la única manera de que la mujer y el hombre sean iguales.
Como sois tal para cual e igualitos en forma de vida,
la peor de las esposas y el peor de los maridos,
me pasma que no os llevéis bien.
Como siempre me decían que mi querida Pola
estaba a solas con un marica,
entré de improviso, Lupo. No era un marica.
[Traducción de Enrique Montero Cartelle]
¿No recuerdan, salvando las distancias, a las bromas de Groucho Marx? Pero Marcial no solo bromeaba; tiene versos de exquisita delicadeza, como aquellos en que lamenta la muerte de una niña, Eroción: «No cubra un rudo césped sus tiernos huesos, ni seas / para ella, tierra, pesada: no lo fue ella para ti».
Hemos hablado de épica, drama, lírica, historia… Pero hay, además, novela; se nos conservan dos entre los clásicos de la literatura latina: el Satiricón, de Petronio (s. I d. C.), y El asno de oro, de Apuleyo (s. II d. C.). Las dos tienen ciertos rasgos comunes: interés en la peripecia, ambiente picaresco, escenas fuertemente eróticas. Algo así como novelas de aventuras urbanas, disparatadas, en que se retratan todas las miserias de la época. De hecho, son una enorme fuente de información sobre la vida cotidiana durante las primeras décadas del Imperio. En el Satiricón, por ejemplo, asistimos al ostentoso banquete ofrecido por Trimalción, donde se sirven, entre otros manjares, huevos con sorpresa, jabalí relleno de tordos vivos que vuelan por la sala cuando se trincha el animal y ubres de cerda. Una verdadera lástima que la obra nos haya llegado incompleta; podríamos conservar, de hecho, solo una pequeña parte. El asno de oro, que sí conservamos entera, narra las aventuras de Lucio, un joven que se ve mágicamente convertido en asno. Como nuestro Lázaro de Tormes, Lucio pasa por varios amos y conoce los mayores peligros y penurias. El pasaje en que una mujer se prenda del pobre asno y le obliga a satisfacerla durante toda la noche es tan perturbador como divertido:
¿Cómo podría una mujer resistir una unión tan desproporcionada? […] Apretándome en estrecho abrazo, pudo con todo mi ser, con todo, como digo. Y cuando yo, por delicadeza, intentaba retirarme, ella volvía a la carga con mayor furia y se ceñía más de cerca agarrada a mi espalda. Por Hércules, hasta creí en mi impotencia ante sus ansias.
[Traducción de Lisardo Rubio Fernández]
Cabría mencionar también, para rizar el rizo, las Sátiras de Persio y las de Juvenal, que critican ferozmente los vicios y costumbres del mundo en que les tocó vivir. Y con ellos llegamos al final de nuestro recorrido por los clásicos de la literatura latina. Hay mucho más, naturalmente, pero estos son, a mi entender, los grandes pilares. En cuanto a las mejores ediciones para leerlos, vale lo dicho al final del texto que escribí sobre literatura griega, que podéis leer pinchando aquí; las mismas editoriales y colecciones que recomendé entonces son las que recomiendo para los clásicos de la literatura latina. Termino con una lista como resumen y guía:
- Plauto: Anfitrión, La comedia de la olla, La comedia de la arquilla (o de la cestita), Los dos Menecmos, El militar fanfarrón…
- Terencio: La andriana, El atormentado, El eunuco, Fromión, La suegra, Los hermanos
- Lucrecio: La naturaleza
- Catulo: Poesías
- Cicerón: Sobre la naturaleza de los dioses, Sobre los deberes
- Virgilio: Bucólicas, Geórgicas, Eneida
- Horacio: Epodos, Sátiras, Odas, Arte poética (o Epístola moral a los Pisones)
- Tito Livio: Historia de Roma desde su fundación
- Tácito: Historias, Anales
- Tibulo: Elegías
- Propercio: Elegías
- Ovidio: Amores, Arte de amar, Remedios de amor, Heroidas, Metamorfosis
- Séneca: Epístolas morales a Lucilio
- Marcial: Epigramas
- Lucano: Farsalia
- Plinio el Joven: Cartas
- Petronio: Satiricón
- Apuleyo: El asno de oro
- Persio: Sátiras
- Juvenal: Sátiras
Si te ha gustado este recorrido por los grandes clásicos de la literatura latina, te gustarán:
Gracias, deliciosa forma de invitarnos a leer los clásicos de la literatura latina.
¡Solo espero que alguien acepte la invitación!