Este acertijo egipcio es, en realidad, un poema de amor. Fue compuesto durante la XX dinastía, entre los años 1200-1050 a. C.
¡Qué bien lanza el lazo mi amada,
aunque no atrape el ganado!
Con su pelo me enlaza,
con sus ojos me arrastra,
con sus muslos me amarra,
con su sello me marca.
El acertijo se plantea en los dos primeros versos: si tan bien lanza el lazo, ¿cómo es que no atrapa el ganado? A continuación, la respuesta: «A quien atrapa es a mí», dice el yo poético. Este poema se basa en una idea tan vieja como la poesía; tan vieja, seguramente, como el ser humano: no podemos hacer nada contra el amor. Estamos ante uno de los motores de la lírica amatoria de todos los tiempos: los poetas han tratado siempre de expresar su fuerza arrebatadora, su poderío absoluto. Y lo han hecho de muy diversas formas: poniéndolo en manos de los dioses, comparándolo con un golpe o con un robo («ha sido un flechazo», decimos; «me ha robado el corazón»), con la enfermedad, con la embriaguez, con la guerra, con la caza.
Nuestro poema emplea una variante de este último recurso: la amada «caza» al yo poético, lo inmoviliza y lo somete como a un animal. ¿De qué modo? Con su pelo, con sus ojos, con sus muslos, con su «sello». El texto sigue con precisión los pasos para apropiarse de una res: esta se atrapa con el lazo, se arrastra, se amarra y se marca. La alegoría es perfecta. Pero si los tres primeros elementos (pelo, ojos, muslos) se mencionan explícitamente, el último, el sello, parece una metáfora. En opinión de Michael V. Fox, si esos tres primeros recursos son parte de la anatomía de la mujer, cabe pensar que el último también lo sea. Y teniendo en cuenta que se aplica después de amarrar al muchacho con los muslos, el sello alude, muy probablemente, al sexo femenino. Si el sello marca a la res indicando quién es su dueño, la consumación erótica hace lo propio con el joven: «marcado» por el sexo de la amada, será suyo para siempre.
Por otra parte, la forma del texto contribuye a subrayar la absoluta indefensión del enamorado: cuatro breves oraciones en riguroso paralelismo, cuatro acciones de paulatina posesión, como si el poeta quisiera decirnos: así de sencillo, así de rápido e inexorable. La pasividad del hombre es, además, absoluta: no hace nada, es el objeto impotente de la acción de la mujer. Este acertijo egipcio es una de las más condensadas y hermosas expresiones de la fuerza insoslayable del amor que puedan leerse.

Si te ha gustado este acertijo egipcio, te gustarán:
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BIBLIOGRAFÍA
Podéis leer los poemas egipcios de amor en mi libro Tu encanto es dulce como la miel: Los orígenes de la lírica amorosa. Podéis también dejar vuestra dirección de correo electrónico en este enlace, donde dice «Forma parte de esto», para que os avise (gratis, naturalmente) cuando publique otros poemas aquí. Y si queréis profundizar, os recomiendo las siguientes obras:
FOX, M. V., The Song of Songs and the Ancient Egyptian Love Songs, Wisconsin, University of Wisconsin Press, 1985.
LICHTHEIM, M., Ancient Egyptian Literature. Volume II: The New Kingdom, Berkeley, University of California Press, 1976.
MATHIEU, B., La poésie amoureuse de l’Égypte ancienne, El Cairo, Institut français d’archéologie orientale, 1996.
ROBINS, G., Las mujeres en el antiguo Egipto, Madrid, Akal, 1996.
Peligrosa combinación tus poemas y la primavera amigo, creo que puedes empezar a ser responsable de el «calentamiento global». 😉
¡Jajaja! El autor declina toda responsabilidad…
Y la solución del acertijo? En principio no hay pregunta explícita, ej.: «quien es el amante» o «la amante», aquí creo q se debe adivinar, como ya dejas entrever…, «Cuál es su sello?»… su amor (carnal presumiblemente), seria la solución… !jajaaa!, claramente.
Yo es q soy egiptólogo aficionado. Si se me permite la petulancia de «egiptólogo». Me gusta todo lo relacionado con el Antiguo Egipto y la literatura es algo escaso entre la documentación arqueológica y académica.
Gracias por publicarlo.